En los últimos años, Nicaragua ha experimentado un deterioro significativo en sus instituciones democráticas y en el respeto a los derechos humanos. Bajo el liderazgo del presidente Daniel Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, el país ha visto un aumento en la represión y la eliminación de espacios democráticos.
Desde la brutal represión de las protestas populares en 2018, la situación ha empeorado. Miles de nicaragüenses, incluidos periodistas, defensores de derechos humanos y miembros de la sociedad civil, han sido forzados al exilio. La represión no solo ha afectado a los opositores políticos, sino también a instituciones educativas y religiosas.
El gobierno de Ortega ha cerrado universidades y confiscado sus bienes, dejando a miles de estudiantes y profesores en la incertidumbre. Además, la Iglesia Católica ha sido objeto de ataques sistemáticos. Sacerdotes y obispos han sido arrestados y exiliados, y medios de comunicación religiosos han sido clausurados.
La comunidad internacional, incluida la Organización de los Estados Americanos (OEA), ha condenado enérgicamente estas acciones. La OEA ha instado al gobierno nicaragüense a respetar los derechos humanos y a restaurar la democracia. Sin embargo, hasta ahora, el régimen de Ortega ha mostrado un desprecio total por estas demandas.
La situación en Nicaragua es alarmante y requiere una acción urgente para evitar un mayor deterioro. La presión internacional debe continuar para asegurar que el pueblo nicaragüense pueda recuperar sus derechos y libertades fundamentales.